MARAVILLOSA CERTEZA.
JOSEFINA ZUAIN
DNI 31.611.450
2006
“Quien llega a un país extraño aprenderá a veces el lenguaje de los nativos por
medio de explicaciones ostensivas que ellos le den; y a menudo tendrá que adivinar
la interpretación de estas explicaciones y adivinar unas veces correctamente y otras
erróneamente”
Wittgenstein. (1988:49)
- Señor minino- comenzó Alicia, con cierta timidez, al no saber muy
bien si al gato le gustaría aquel nombre; pero el Gato seguía
sonriendo y ello animó a la niña a continuar (“parece que se lo toma
bien”) -: ¿Podría usted indicarme la dirección que debo seguir desde
aquí?
- Eso depende -le contestó el Gato- de dónde quieras llegar.
- No me importa adónde… _empezó a decir Alicia.
- En ese caso, tampoco importa la dirección que tomes -le dijo el
Gato.
- … con tal de llegar a algún lado- acabó de decir Alicia.
- Eso es fácil de conseguir – le dijo el Gato-. ¡No tienes más que
seguir andando!
Alicia en el País de las maravillas, Cap. VI
I.
Palabras, palabras contexto.
La historia de la humanidad no es una y no se reduce a mi presente, mi pasado y
mi futuro, sino que, en tanto somos sujetos de la sociedad y esta es dinámica, nuestras
concepciones del tiempo y el espacio, de ayer y de hoy, cambian y con ellas cambian
nuestros valores de verdad, nuestras certezas.
Este es un primer planteo que hace Wittgenstein y que subyace a otras de sus
ideas: la certeza no es una y no es definitiva, sino que, en estrecha relación con su
contexto, las certezas varían, se renuevan, se retoman, se abandonan o conviven…
Los dos mundos de Alicia que aparecen delineados, por comparación, en Alicia
en el país de las maravillas, parecen inscribirse en una perspectiva wittgensteniana de
lo real. Las palabras de Alicia son mal interpretadas y esto se debe que los juegos del
lenguaje en el mundo de las maravilla se rigen por reglas diferentes a las que la niña
conoce.
Los reiterados “fracasos” de Alicia, parecen señalarnos lo que plantea el autor,
que cada individuo se aliena en una imagen del mundo que hace que su horizonte de
posibilidades sea uno y no otro, este contexto que Wittgenstein llama”trasfondo”
determina lo que consideraremos como verdadero o falso. Lo que efectivamente
consideramos como verdadero o falso, entonces, es producto de un proceso, de una
construcción histórica que nos trasciende y nos aliena, de modo que la naturalizamos.
Así, nos convencemos de que sabemos algo, tenemos buenas razones para
afirmar las cosas que creemos saber y afirmamos: yo sé. Y cuando decimos yo sé,
estamos diciendo que poseemos motivos para afirmar tal cosa “de modo que, si el otro
conoce el juego del lenguaje, debería admitir que lo sé. Si conoce el juego del lenguaje,
se ha de poder imaginar cómo puede saberse cosa semejante” (1969: proposición No.
18), sin embargo, de este saber particular, no puede derivarse que la cosa sea,
positivamente, de tal modo.
Wittgenstein va a decir que el Saber es un estado mental peculiar en el que nos
convencemos de que las cosas son de un determinado modo, porque nuestra vida nos lo
demuestra, nos lo ha demostrado a lo largo de los años. Sin embargo, este saber no es
definitivo y no tiene una validez eterna, este saber tiene un carácter subjetivo importante
porque tiene centralidad en la persona que se considera poseedor del conocimiento.
Invalidando la búsqueda de lo definitivo de Descartes y tomando las nociones de
semiosis ilimitada y el hombre en tanto hombre-masa de Peirce y Gramsci,
respectivamente, el autor elabora una idea que ha venido gestándose: el pensamiento del
hombre tiene límites, el hombre puede pensar en función de lo que ha visto u oído, uno
aprehende, a lo largo de su supervivencia en la semiosis, una imagen del mundo y es
esta imagen la que determina la posibilidad de gestar certezas.
No obstante, “no tengo mi imagen del mundo porque me haya convencido a mí
mismo de que sea la correcta; ni tampoco porque esté convencido de su corrección. Por
el contrario, se trata del trasfondo que me viene dado y sobre el que distingo lo
verdadero y lo falso” (Wittgenstein, 1979: proposición No. 94) es una imagen del
mundo producto de la alienación en la hegemonía que organiza la acumulación sígnica,
el sentido común, se trata de una construcción histórica ajena a la conciencia de un
hombre, pero que la determina sólidamente.
Los límites del pensamiento del hombre están dados por la semiosis, concepto
desarrollado por Peirce, para quien el universo humano es de tipo sígnico y quien
entiende que no pueden pensarse sino cuestiones que antes se nos han hecho presentes
al menos inconscientemente. Para Peirce la única forma de que surjan nuevos
conocimientos es formular hipótesis, las cuales surgen por razonamientos incompletos
que él llama abducciones y que luego se racionalizan por medio de inducciones y
deducciones.
Y a pesar de que Peirce entiende que los distintos elementos de las abducciones
ya están presentes en nuestra mente antes de que seamos capaces de definirlos
concientemente, lo creativo, lo renovador del signo se va a dar por la lectura posterior,
ya que la misma no es previsible. Es fundamental su concepción de la semiosis, no
como un hecho definitivo y eterno o, al contrario, infinito, sino como un contexto
sígnico que determina, condiciona fuertemente la conciencia pero que se expande
continuamente, ya que su unidad mínima, el signo, se completa en la lectura y cada
nueva lectura puede ser una propuesta, una nueva hipótesis.
Cuando Wittgenstein dice que “puede imaginarse fácilmente un lenguaje que
conste sólo de órdenes y partes de batalla- O un lenguaje que conste de preguntas y de
expresiones de afirmación y de negación. E innumerables otros. – E imaginar un
lenguaje significa imaginar una forma de vida” (1988:31) está reforzando esta idea de
Peirce, está ejemplificando, cómo el lenguaje es una forma de vida y cómo el lenguaje
es un condicionante para la conciencia. La diferencia entre ambos autores, es la
concepción de lo social, ya que Wittgenstein asume la perspectiva gramsciana, del
hombre-masa y Peirce sigue pensando en la categoría hombre-individuo.
La palabra es en un contexto y en cada contexto hay usos de las palabras que
hacen los significados de las mismas y, como la perspectiva wittgensteniana no
concuerda con las teorías del lenguaje que entienden que a cada palabra le corresponde
un objeto (visión reduccionista de las funciones del lenguaje), cada uso tiene validez en
un contexto.
Alicia aún no sabe que lo que vale en cualquier país puede no valer en el País de
las Maravillas.
-¡Qué reloj más extraño! – Exclamó la niña-. ¡En lugar de las horas
del día señala los días del mes!
-¿Y por qué iba a marcar las horas? _ le dijo malhumorada la
Liebre-. ¿Acaso tu reloj marca los años?
- No hace falta – le contesto Alicia porque permanece en el mismo
año durante mucho tiempo.
- Eso es justamente lo que hace el mío – dijo el sombrerero.
Alicia e el País de las Maravillas, Cap VII.
II.
La variable tiempo y la metáfora arquitectónica.
Wittgesntein sostiene que “nuestro leguaje puede verse como una vieja ciudad:
una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de
diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y
regulares y con casas uniformes” (1988: 31)
Descartes en cambio prefiere pensar en al esencia de las casas, sus cimientos, y
asegura que para poder construir un edificio eterno, que Wittgenstein consideraría
imposible de “mantener”, es necesario revisar sus cimientos y que estos sean fuertes. Él
va a decir que “es verdad que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad
con el único propósito de reconstruirlas de otro modo y de hacer más hermosas las
calles, pero se ve que muchos hacen derribar las suyas para reedificarlas y, muchas
veces, se ven obligados a ello, cuando ellas están en peligro de caerse ya que los
cimientos no son muy firmes” (2004: 56). Con estas palabras se abre camino para la
construcción de sus planteos metodológicos, basados en cuatro supuestos: no admitir
cosa alguna como verdadera si no la hubiese conocido evidentemente como tal, dividir
cada una de las dificultades a examinar en cuantas partes como fuera posible y necesario
para resolverlas más fácilmente, conducir ordenadamente las reflexiones, ascendiendo
de lo más simple a lo más complejo, y realizar siempre recuentos completos y
revisiones amplias. (2004: 67-68)
Wittgenstein responde a esta propuesta metodológica, diciendo que “cualquier
proposición puede derivarse de otra y eso no significa que sea más segura” (1979:
Proposición. No1), es decir, concretamente, no se pueden derivar la proposición A es así
de la declaración de alguien Yo sé que A es así ya que haría falta una demostración
objetiva, una justificación más allá de las palabras, del juego del lenguaje.
Las dudas de Descartes, en tanto no son dudas que surgen naturalmente sino que
se trata de cuestionamientos superficiales (Descartes hace un esfuerzo por derribar todos
sus conocimientos previos, para poder estar seguro de cada una de sus certezas y así
adopta una postura contraria al fluir del tiempo) se ubicarían al nivel de un juego del
lenguaje, de modo que aquellas certezas que Descartes pretende construir Wittgesntein
las entiende como meras expresiones, construcciones del lenguaje y no usos concretos
que afecten a lo real.
El autor dice al respecto que “la aseveración, hecha por alguien digno de
confianza, de que sabe no puede aportarle nada” (1979: proposición No. 21) y, así, se
suma a la perspectiva critica, se inscribe en una tradición de pensamiento que
desautoriza la metodología cartesiana. Demuestra sus limitaciones.
Wittgenstein está retomando lo dicho por Peirce respecto de la búsqueda de
creencias y la movilización de la duda. Peirce critica la metodología cartesiana cuando
dice que “algunos filósofos han imaginado que para iniciar una indagación era sólo
necesario proferir una cuestión oralmente o por escrito ¡e incluso nos han
recomendado que empecemos nuestros estudios cuestionándolo todo!. Pero el mero
poner una proposición en forma interrogativa no estimula a la mente a lucha alguna
por al creencia. Tiene que ser una duda viva y real, y sin esto toda discusión resulta
ociosa”(B: 184) y eso equivale a decir que no tienen valor alguno las aseveraciones
acerca de lo que se sabe.
Lo verdaderamente original en Wittgenstein es que comprende que hay en las
certezas un núcleo central de carácter subjetivo y dinámico. Las certezas funcionan en
los usos del lenguaje, ya que los significados, para Wittgesntein, no están en las
expresiones que se usan para definirlos, sino, sobre todo, en los efectos pragmáticos que
los usos generan.
Alicia no se cuestiona la posibilidad de que exista un reloj que marque los años,
porque ella sabe que los relojes sirven para conocer el tiempo y ha aprendido, ya que su
reloj cambia constantemente porque marca las horas, los minutos y los segundos, que el
tiempo es dinámico, sin embargo, al enfrentarse a un aparato que contabiliza los días,
unidades más grandes de tiempo, duda y propone una nueva posibilidad: marcar los
años, el tiempo pierde su carácter dinámico, se vuelve estable.
Cuando Wittgesntein piensa en la ciudad, piensa en la dinámica-estabilidad del
tiempo y cómo a lo largo del mismo se van construyendo, destruyendo y
reconstruyendo certezas.
Descartes, en cambio, al proponer la destrucción y la construcción definitiva, se
posiciona en una postura de puro presente, ya que está negando el pasado y anulando el
futuro. Desde la perspectiva cartesiana, según Peirce, la actividad mental tendría un fin,
ya que “cuando al duda cesa, la acción mental sobre el tema llega a su fin, y si
continuara sería sin propósito alguno” (B:185)
<<¿Serviría de algo – se preguntó Alicia- intentar hablar con ese
ratón? Todo es tan extraño aquí abajo que no me sorprendería nada
que los ratones pudieran hablar. De cualquier modo no se pierde nada
con probar.>>
-¡ Oh ratón! ¿Podría usted indicarme la manera de salir de estas
aguas? Estoy muy cansada de nadar y necesito su ayuda, ¡ oh, Ratón!
( naturalmente, Alicia no tenía la menor idea de cuál era la manera
correcta de dirigirse a un ratón, pero había leído el libro de Latín de
su hermano y recordaba perfectamente una de las declinaciones que
decía: <
Alicia en el país de las maravillas, Cap II.
III.
Duda, error, certeza y posibilidad.
Alicia se enfrenta a situaciones conflictivas en su lucha por la supervivencia en
el son de una nueva semiosis.
Al margen de que ella sabe que hay reglas que se deben seguir, está aún en
proceso de conocimiento: está aprendiendo las reglas de su juego. Y, ahora en el País de
las Maravillas, se enfrenta a un juego diferente en donde las pocas cuestiones del
lenguaje que ella ha logrado naturalizar, en su país, se invierten y se oponen.
Ella parece estar convencida, sin embargo, de que la falta está en que ella no ha
aprendido aún lo suficiente.
Ella sabe que no sabe cómo dirigirse a un ratón, lo que realmente no sabe aún es
que puede ser que nunca lo sepa. Aún no se percata de aquello que Wittgenstein afirma
que “la certeza es, por así decirlo, un tono en el que se constata cómo son las cosas;
pero del tono no se sigue que uno esté justificado.”(1979: Proposición No. 30).
La niña es, de algún modo, cartesiana, en tanto asume ciertos conocimientos
como válidos y retoma constantemente elementos que ha adquirido a lo largo de su
proceso de enseñanza, aquel que ella considera válido: el proceso formal, la escuela, la
maestra las lecciones.
Descartes, el primero en plantear la metodología del análisis, el camino seguro
hacia los conocimientos claros y distintos: la forma de construir la certeza definitiva e
indudable, es formal, es certero.
Wittgenstein, en cambio, es ecléctico e incierto. Él critica la certeza, se inscribe
en otra línea de pensamiento y le da otro valor a la búsqueda del conocimiento,
relativiza, de alguna manera, la cuestión de la verdad, ya que entiende que las certezas
cambian, siempre pueden cambiar y, además, nunca se adelantan a sus posibilidades, a
su contexto de posibilidad.
La propuesta de Wittgenstein, en oposición a Descartes y la tradición que se
funda en torno a él, puede ser leída como una puesta en práctica del concepto de tensión
entre hegemonía y hegemonía alternativa (Gramsci). Al poner en tela de juicio la
posibilidad de pensar otra forma abre las posibilidades a una hegemonía alternativa,
crítica, que se automodelize como criticable, cuestionable y refutable. La única certeza
que tiene Wittgenstein es que ninguna certeza es eternamente cierta y ninguna verdad es
universal y atemporalmente válida.
Gramsci dice que, si bien inconscientemente, “en la más mínima manifestación
de una actividad intelectual cualquiera, la del “lenguaje”, está contenida una
determinada concepción del mundo” (1983:7) y con estas palabras está diciendo que
todos somos en alguna medida filósofos.
La hegemonía es una tradición que se funda de modo histórico y que selecciona
en el caos de la semiosis, aquellas construcciones (textos) que se considerarán
principales y las que se descartarán.
La diferencia, en la masa de hombres filósofos que están alienados en al
hegemonía, va a estar dada por una segunda instancia del pensamiento, una instancia de
tipo crítica y conciente: la posibilidad de analizar esta alienación primigenia y construir
una visión propia. Gramsci sugiere que, precisamente, esta debe ser la postura del
investigador científico quien debe “colocarse en un punto de vista crítico, el único
fecundo en la investigación científica” (1983:21)
Wittgesntein está replanteando la filosofía cartesiana y con ello propone una
nueva forma de pensar la duda y la certeza, escapa de la alienación primigenia,
construyendo una teoría sobre los usos del lenguaje, una lógica sobre su origen y
difusión, que le indica que existen reglas y excepciones, existen afirmaciones que
pueden ser falsas, existen significados que determinan usos y existe tonalidad en las
certezas. Hasta el error va a tener un lugar adecuado, ya que sólo puede equivocarse
alguien en función de lo que sabe.
En su sistema de pensamiento existe un horizonte de posibilidades y esa es un
idea que ya ha desarrollado Gramsci, al decir que “posibilidad no es la realidad, pero
también aquella es una realidad: que el hombre pueda hacer o no hacer una cosa tiene
su importancia para valorar lo que realmente hace” (1983:33).
La duda que a Descartes angustiaba y a la cual pretendía superar, Wittgenstein,
inscribiéndose en la tradición peirciana, la convierte en un signo positivo, en una
motivación: la duda es un motor que permite la posibilidad de construir certezas, la
duda es un indicio y, por lo tanto, no un problema a superar, sino, más bien, un llamado
de atención a quien pretenda analizar la realidad.
Él no va a dar un valor superior a los conocimientos adquiridos de modo formal,
sino, al contrario, deduce que uno está inmerso en la semiosis y que, por lo tanto, esta
actúa a modo de adiestramiento, educándonos. Esa es la razón por la que sus análisis se
centran en microtextos de tipo cotidiano e informal, que reflejan el acuerdo de los
hombres, la alienación.
Nos alienamos en una idea de realidad, nuestras certezas se ciñen a la misma y,
en tanto naturalizamos los hechos, somos capaces de sobrevivir.
Los usos más simples, los juegos del lenguaje, delatan esta situación.
Sólo podrá dirigirse erróneamente a un ratón quien crea que puede hacerlo.
Bibliografía.
DESCARTES René,
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